Una mañana cualquiera

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Aquel día también madrugó. No podía permitirse el lujo de desperdiciar un minuto más. Volcó en una taza lo poco que quedaba en la cafetera, cerró la puerta y pulsó el botón. Hizo un esfuerzo para no meterse dentro, abrazarse a esa taza y dejarse llevar. Quién pudiera pasar una mañana girando sobre el plato de un microondas… El sonido de la campana lo devolvió a la realidad. Siguiente asalto.

Esta vez lo que se volcó fue la taza. Después el agua de la ducha. No sabría decir si la luz estaba encendida o apagada. El caso es que, cuando se quiso dar cuenta, estaba terminando esta última frase. Y todavía tenía los ojos cerrados.

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