
Marcado con el sello de lo simple,
(fragmento de Al primero que intente opinar)
se ciñe a las verdades como puños;
haciendo a cada paso lo imposible
para no usar el pecho como escudo.
A lo largo del día, a lo largo de la vida, e incluso después de muerto, uno no deja de recibir golpes.
Los peores son ésos que no se ven venir, ésos con los que no contabas. Ésos que te cogen por sorpresa, que no necesitan mucha fuerza para desequilibrarte y tirarte al suelo.
Con los que vienen de frente, al menos tienes unos segundos para prepararte. Para respirar hondo y tomar una decisión.
Hay que saber cuándo es mejor esquivarlos. O cuándo conviene encajarlos con otra parte del cuerpo, repartir el dolor. Porque el pecho es un gran escudo, sí, pero no todo se puede parar con él.