
No sabes nada, chaval.
(fragmento de No te detengas)
Si te hacen daño, y te aseguro que lo harán,
no vengas a llorarme;
aún se ven los restos del naufragio que dejó la tempestad.
Olvídate de poner un pie en la orilla.
Olvídate de olvidarte de la soledad.
Ellas mismas son las primeras que son conscientes de su situación. Nacen resignadas, con la seguridad de que van a ser desoídas, de que son inútiles. Tienen la certeza de que pasarán su vida rebotando de tímpano en tímpano.
No sirven para nada. Lo sabe el que las da y lo sabe el que las recibe, pero existe una regla no escrita que dice que uno habla con gravedad mientras el otro asiente con la cabeza.
Y aun así, nos empeñamos en enunciarlas. Es la única forma de poder decir, una vez cumplida nuestra profecía, «te lo dije».